lunes, 19 de abril de 2010

Antonia Santos y la Hacienda El Hatillo


Hacienda el Hatillo – Antonia Santos


Cuando estaba ocurriendo la Revolución de los Comuneros, en 1781, tiene lugar el nacimiento de una nueva mujer santandereana, doña María Antonia Santos Plata, de padres acomodados, propietarios de una de las haciendas de la región del Socorro, en Pinchote, en donde transcurre la infancia de nuestro personaje. La Hacienda el Hatillo era el centro de conversaciones y análisis sobre los movimientos rebeldes frente al insoportable absoluitismo de la Corona Española, que discriminaba en forma arbitraria a los nacidos en la Nueva Granada.
El espíritu santandereano de rechazo a toda injusticia, se marcaba en todos los integrantes de la familia Santos Plata.
La señora madre de Antonia muere durante el proceso de la llamada Reconquista Española, lo cual obligó a Antonia, por ser la mayor de las hijas, a tomar las riendas de la Hacienda.
Antonia abiertamente se une a la causa patriota. Da apoyo económico a un grupo inicial de cuarenta guerrilleros, los Coromoro, grupo que participó en las batallas del Pantano de Vargas y del Puente de Boyacá, las cuales sellaron en Colombia el proceso independista, en julio y agosto de 1819. Este grupo estaba comandado por el hermano de Antonia, Fernando Santos Plata.
La labor de Antonia Santos brindando todo tipo de apoyo a la Campaña Libertadora, despertó toda clase de animadversión entre las gentes que defendían la causa realista.
Mientras el grupo Coromoro estaba con el ejército libertador, Antonia Santos quedó a cargo de la Hacienda, pero desprotegida.
El Coronel Lucas González, jefe militar de la Provincia del Socorro, recibió las órdenes del virrey Juan Sámano desde Santafé, indicándole que debería eliminar cualquier vestigio de resistencia a la causa de la Corona Española. Todos los colaboradores con la guerrilla patriota deberían ser detenidos y judicializados, y de ser encontrados culpables, debería fusilárseles.
El 12 de julio de 1819, un destacamento militar español al mando del Capitán Pedro Agustín Vargas, allanó la Hacienda el Hatillo, deteniendo a la dueña de la Hacienda, doña Antonia Santos, a su hermano menor Santiago y a su sobrina Helena Santos Rosillo, llevándolos a los calabozos de la cárcel del Socorro.
El día 16 de julio de 1819, fue dictada la sentencia de muerte contra Antonia Santos, quien contaba con treinta y ocho años de edad. El día 28 de julio de 1819, a las diez y treinta de la mañana en la plaza principal de la población del Socorro fue fusilada la heroína Antonia Santos Plata. Tres días antes, el 23 de julio el ejército libertador al mando de Simón Bolívar derrotaba a las fuerzas realistas del general José María Barreiro. Once días después, se sellaba la Independencia de Colombia en la Batalla del Puente de Boyacá.
La historia colombiana le debe eterno agradecimiento a las mujeres que como Antonia Santos dieron su vida por la causa de la libertad.

Manuela Beltrán y la Revolución Comunera


La Provincia del Socorro, en Santander, a unos cuatrocientos kmts al nororiente de Bogotá, está habitada por personas francas, individualistas, trabajadoras, honradas y algo peleadoras cuando se les provoca. Bastante tercos. Apasionados en política y religión. Por lo general el santandereano no acepta ni abusos, ni injusticias.
Estos rasgos se reunieron en una mujer, cuyo nombre Manuela Beltrán pasó a la historia como la primera mujer que se enfrentó a las fuerzas realistas, en un gesto espontáneo frente a los abusos, cansada de las arbitrariedades, de la imposición de exagerados tributos. Se le conoce como “La Heroína del Pueblo”.
Se sabe que era una mujer de origen humilde, que subsistía de la venta del tabaco, cuando por órdenes del Visitador Gutiérrez de Piñeres, se fijó en el Socorro un Edicto que tenía las nuevas cargas impositivas, lo cual significaba la ruina para los tabacaleros y cacaoteros , para casi todos los habitantes de esta región. Manuela Beltrán en un arrebato de ira, arrancó de la pared el texto del Edicto, ante la mirada atónita de los soldados españoles y de la muchedumbre, que comenzó a aplaudir este gesto de una mujer valiente. Rompió el Edicto y lanzándola entre la gente que se había congregado alrededor, lanzó el grito que se convirtió en arenga popular: VIVA EL REY; MUERA EL MAL GOBIERNO!!!!
Surgió entonces una revuelta popular, todas las personas, aprovechando que era día de mercado, se lanzaron por las calles protestando contra los abusos de gobernantes de la Nueva Granada, asaltando los estancos de aguardiente, saquearon los comercios de los criollos adinerados. En medio de estas manifestaciones de descontento surge un líder popular, José Antonio Galán,
Se organizan milicias populares. De otras poblaciones van llegando voluntarios que armados con machetes, piedras, mazos y algunos con arcabuces se disponen a marchar hacia Santafé para exigir la abolición de los impuestos, un mejor trato hacia los criollos, los mestizos y los indígenas. Forma parte de la dirigencia de este movimiento Juan Francisco Berbeo, criollo de clase alta, quien se suma al movimiento pero se asusta porque el origen popular y las consignas de rebeldía de los comuneros, van en contra de los principios e intereses de los criollos. Hábilmente Berbeo delega una tarea a Galán para que se aleje, mientras él convoca a un selecto grupo de criollos de la sociedad socorrana para que le acompañen, junto con los comuneros y con los hombre que en el camino se les van sumando, llegando a formarse casi cuatro mil hombres.
En el sitio de Vélez se enfrentan ante una pequeña fuerza del ejército español, con algo menos de cien hombre fuertemente armados, que fueron fácilmente derrotados por los comuneros.
Así fue como la fuerza comunera seguía su camino hacia SantaFé, reuniendo más voluntarios a medida que avanzaba la gran marcha.
El Virrey Flórez se encontraba en Cartagena. El Visitador Gutiérrez de Piñeres, salió huyendo hacia Cartagena. El Arzobispo Antonio Caballero y Góngora, con amplias facultades se dirige hacia Zipaquirá con el fin de evitar que la marcha comunera llegara a Santafé.
En secreto se mantenía comunicación con Berbeo, con el fin de planear una estrategia que permitiera la disolución de la protesta popular.
En el sitio de Zipaquirá, el Arzobispo caballero y Góngora se reúne con el Grupo que lidera a los Comuneros, el cual como se dijo lo conformaban criollos de la alta sociedad de Socorre y de las otras regiones que se fueron anexando a la revolución comunera.
Se acordaron una Capitulaciones que fueron conocidas por los integrantes de la protesta. Estas Capitulaciones establecían , entre otras cosas, lo siguiente:
La abolición de los nuevos impuestos de Barlovento.
La eliminación de los cobros de los curas por bautizos, casamientos y defunciones.
Que se devolverían las tierras a los indígenas
Que se permitiría el nombramiento de los criollos en los empleos públicos.
Que se expulsaría al Visitador Regente Gutiérrez de Piñeres
Que no se tomarían represalias contra los líderes del movimiento comunero
Se establecía el compromiso que una vez firmadas y aceptadas las Capitulaciones, se disolverían las fuerzas de protesta y regresarían a sus lugares de origen.
Para darle solemnidad a este acto, se celebró un Te Deum en la Iglesia de Zipaquirá.
En secreto tanto los representantes de la Corona española, como Berbeo y los otros líderes criollos, acordaron que no cumplirían con el pacto sellado. Que sencillamente se trataba de una maniobra “lícita” para salvar los intereses de la Corona. Crearon la figura del “dolo legal”.
Una vez aceptadas y firmadas las Capitulaciones el día 8 de junio de 1781, se disolvió la marcha. Regresaron los comuneros a sus terruños.
Pocos días después el Arzobispo manifestaba que de ninguna manera se daría cumplimiento a lo pactado en las Capitulaciones. Que no tenían ninguna validez.
Se inició una cruenta represión contra los que habían participado en la Protesta. El mismo Berbeo y los otros criollos colaboraron con las autoridades de la Corona, denunciando a los líderes populares y entregando a Galán, quien fuera fusilado, junto con otros compañeros.
Así terminó la osadía iniciada por una mujer del pueblo.
Sin embargo, quedó sembrada la semilla de la inconformidad que treinta años más tarde daría sus frutos.

domingo, 18 de abril de 2010

La Gaitana.



La Historia de mi país ha sido machista. Ha ignorado por completo a la mujer. En especial, si además de ser mujer, se es indígena. La historia de mi país ha sido clasista. Sin embargo la tradición oral nunca ha olvidado a una mujer que representó la rabia contenida de un continente invadido por unos extraños, que le impusieron una religión, una disciplina para perros, le expropiaron sus tierras, y a sus habitantes originarios los sometieron dándoles un trato de inferiores.
Los conquistadores españoles demostraron además de una insaciable codicia, una soberbia sin medida.
Se cuenta que el Conquistador Pedro de Añasco llegó en el año de 1538 al Huila, un territorio poblado por varias tribus como los Timanaes, los Yalcones, los Apiramas, etc. Esta región, ubicada a unos cuatrocientos cincuenta kilómetros al sur de Bogotá, de clima cálido, era el territorio de estas y otras tribus que se distinguían por su braveza, por su carácter independiente, por la forma franca de tratar sus asuntos, por su mutuo respeto frente a los integrantes de las otras tribus.
Cuando Añasco llegó a fundar la población de Timaná, impuso una serie de tributos a los indígenas, sometimiento absoluto e incondicional frente a la autoridad española por él representada.
Convocó a los representantes de las diferentes tribus. El Hijo de la Gaitana, Timanco, se negó a acudir a esta citación, por lo que Añasco se molestó, temiendo que su autoridad se minara por esta muestra de desacato. Fue así como se dirigió al lugar en donde se encontraba este joven cacique, y tomándolo prisionero, quiso demostrar su poder absoluto, ordenando que fuera quemado vivo frente a los demás integrantes de la tribu, entre ellos la madre del joven cacique. La Gaitana le imploró a Don Pedro de Añasco que por lo que más quisiera se le perdonase la vida a su hijo, que podría quedarse con toda lo tierra, con todos los bienes de la tribu, pero que por favor no le hiciese daño. No tuvo clemencia este conquistador indolente, presuntuoso y arbitrario. Procedió a ordenar prender la hoguera en donde en medio de tremendos gritos de dolor pereciera el hijo de la Gaitana.
Esta mujer, apretando los dientes, tragándose su inmenso dolor, juró venganza del agresor, del asesino de su hijo.
No tuvo descanso la Gaitana, reuniéndose con los caciques de las otras tribus de la región, obteniendo su adhesión en el propósito de enfrentarse a las fuerzas invasoras de Añasco. Como resultado de esta lenta conspiración, logró reunir por medio de alianzas, un número suficiente de indígenas que le permitió sorprender a las fuerzas de Añasco, dando muerte a la mayoría de los españoles que le acompañaban, pero conservando a Pedro de Añasco con vida, como era el propósito inicial, para que La Gaitana le diera personalmente el castigo que ella se había propuesto.
Tomó la Gaitana a su enemigo, con sus propias manos le sacó los ojos, le hundió por la garganta una cuerda que le atravesó la lengua, sacándola por la boca. De esta forma, arrastrando el cuerpo de Añasco recorrió varios caminos en medio de los indígenas quienes vitoreaban a la Gaitana, y lanzaban insultos y piedras contra lo que quedaba del otrora soberbio conquistador. Cuando Añasco ya estaba agonizante, la Gaitana con la colaboración de otros indígenas procedió a desmembrarlo, y a repartir entre todos las diferentes partes del cuerpo del español. Así murió Añasco. Así pagó su vil osadía de herir lo más profundo del sentimiento de una mujer como es el amor por su propio hijo.
Tarde entendió que en Colombia, las mujeres pueden ser tranquilas, sumisas, calladas, pero que cuando se les hiere, se pueden convertir en la fiera más temible.
La historia dice que la Gaitana continuó enfrentando a los invasores españoles, que sostuvo varios enfrentamientos contra ellos, saliendo triunfante. Se logró conformar una fuerza de cerca de quince mil indígenas unidos contra los invasores. Pero con el tiempo, las fuerzas enviadas por la Corona fueron tendiéndole un cerco que hacía inminente su derrota, por lo que prefirió suicidarse, lanzándose desde un despeñadero.
No iba a concederle una satisfacción de victoria al invasor.

jueves, 25 de febrero de 2010

El Mercado en Tunja


El Mercado en Tunja.-

De los recuerdos de mi infancia conservo con gratitud las visitas semanales a la plaza del mercado de Tunja. En un comienzo acompañábamos, mi hermana Julietha y yo a mi madre, lo cual nos permitió adquirir cierta pericia, demostrando sentido de responsabilidad, habilidad para regatear y ojo experto para seleccionar los productos. En algunas ocasiones mis padres consideraban que ya estábamos preparados para asumir la gestión de ser los encargados de hacer el mercado semanal.
Era todo un acontecimiento porque la primera etapa consistía en elaborar la lista del mercado, luego establecer unos precios aproximados para cada artículo, recibir el dinero, guardándolo muy bien lejos de las manos ligeras amantes de lo ajeno. Siempre nos acompañaba la empleada del servicio, en ese entonces se le conocía como “La Muchacha”., quien debía multiplicarse para poder llevar cuatro o cinco canastos, dos costales de fique, y unos talegos o bolsos también en fique pintados de colores verde y rojo en rayas verticales.
El mercado tenía lugar tres días a la semana: Los martes, los jueves, y el día grande era el mercado de los viernes. Día este en que se presentaba una mayor cantidad de oferta de productos, con mejor calidad y a mejores precios.
Ingresar a la Bellísima Plaza de Mercado de Tunja era participar de un desorden fenomenal, recibiendo empujones, y uno que otro azote de pañolón, pues las campesinas usaban como prenda distintiva unos amplios pañalones, que terminaban en trenzas. Cada vez que lo trataban de acomodar, lanzaban al rostro de quien estuviera cerca un verdadero latigazo. De igual manera, las trenzas de los pañolones se enredaban fácilmente en las rendijas de los canastos, formando una que otra discusión. El marco de colores se confundía entre los grises y cafés de las ruanas de los campesinos y los negros de los pañolones de las campesinas. Una vez dentro de la plaza, se procedía a la búsqueda de los “puestos” de los diferentes productos, distribuidos en los diferentes pabellones de esta hermosa joya arquitectónica que era la plaza de mercado de Tunja.
Los productos eran muy variados y en ese entonces, finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta , los precios gozaban de una razonable estabilidad. La forma de mercadear era bastante singular: Por ejemplo, la arveja, se compraba por tarros, la zanahoria, la remolacha, los plátanos, se compraban por “puchos”, igual que la naranja , la mandarina. La curuba, las peras, las manzanas, los anones, las chirimoyas, se vendían empacados en bolsas de papel. La cebolla larga, por “atados”. Los granos: el arroz, los fríjoles, el garbanzo, las lentejas, se tomaban con unas grandes cucharas de los bultos, y se procedía a pesar las cantidades seleccionadas en básculas romanas.
La papa que en ese entonces se compraba por bultos o por “cargas”, o si se necesitaba menor cantidad, se podía comprar por arrobas, se adquiría en un lote gigantesco que se conocía como “El Hoyo” ubicado en las afueras de los pabellones de la Plaza, Allí únicamente se vendía papa. En El Hoyo, se podría observar las mulas y los asnos o burros, que eran utilizados para el transporte de la papa.
El saludo de las vendedoras era “Quihubo Patroncito”, y el trato era de gran respeto, pues incluía obligatoriamente el “sumercé”. Jamás una vendedora tuteaba a un cliente.
Un aspecto curioso era la forma como las campesinas guardaban su dinero: lo envolvían en unas bolsas como pañuelos que se escondían en medio de sus voluminosos senos. En cada ocasión en que debían dar las vueltas o el cambio, tenían que recurrir a la búsqueda de la bolsita, haciéndolo con sumo cuidado para no ofender a la moral.
Una vez se completaba la lista de compras, se procedía a contratar al “Chino” que era el encargado de transportar todo el mercado en un vehículo artesanal de madera y rodachines, que se denominaba “la zorra”. Las costumbres siempre incluían “la prueba” de cada fruta que uno fuera a comprar, así como el obligado regateo por el precio y exigir la “ñapa” o encime.
El remate del mercado era el paso obligado por una fritanguería, en donde se compraba una serie de embutidos: la morcilla, la salchicha roja, la longaniza, una porción de costilla de cerdo, un buen trozo de chicharrón, lo anterior acompañado de papa criolla humedecida en un bravísimo picante o ají. Ese era el premio merecido a los ahorros conseguidos en las negociaciones o regateos.
Esa era parte de la vida cotidiana de Tunja en los finales de los cincuenta y comienzos de los años sesenta en mi Tunja del alma.
Hoy esta hermosísima edificación ha sido convertida en un espacioso centro comercial y de oficinas. Ya no se ven esas campesinas vestidas de sombrero y pañolón, sino adustos tunjanos vestidos en trajes de paño y corbata, con aspectos de burócratas y ejecutivos. Ya no se escucha la tremenda bulla de los días de mercado. Todo ha quedado en un silencio que permite detectar los fríos vientos en su camino hacia la Esquina de la Pulmonía
Se acompañan fotografías que ilustran lo anterior.

jueves, 18 de febrero de 2010

LOS CUATRO SIBARITAS DE PASADENA


LOS SIBARITAS de PASADENA
Le huyen al estrés, le huyen al ruido infernal de la ciudad, buscan la sabiduría de lo elemental, sabedores que la vida es un instante y que ya han vivido lo suficiente, se han forjado el firme propósito de disfrutar cada momento, lejos de preocupaciones, dándose un respiro, creando un paréntesis a la rutina y desoyendo por minutos las recomendaciones médicas, se dedican cada quince días a elegir un buen restaurante, pedir los mejores platos, beber de los más añejos vinos, degustar un delicioso postre y terminar con un oloroso café.
Es un ritual, una ceremonia con mucho protocolo que se cumple religiosamente en forma quincenal. Se alejan de su barrio Pasadena y se dirigen a un pueblito sabanero, o a algún escondido restaurante francés en búsqueda de nuevas sensaciones gastronómicas.
En ocasiones a alguien se le olvida el sombrero. Lo hace con la firme intención de rehacer el camino y regresar, porque el estómago es curioso y se ha quedado un platillo sin probar.
Son cuatro los Sibaritas de Pasadena: Fernando, odontólogo que salió de su San Juan de Pasto para estudiar en Medellín y de allí atravesar el Inmenso Charco hasta la lejana Londres, continuando en Copenhague, Jorge, un ingeniero apasionado por el tema del agua, quien viniera de su natal Samacá para graduarse en Los Andes con las mejores notas, hacer una, dos y más especializaciones, dueño de su empresa, trabajador incansable. Su reloj marca días de 30 horas, con el fin de aprovechar mejor el tiempo. Jugó a político, siendo el primer alcalde electo en su pueblo natal, ahora mantiene buena parte de su tiempo ocupando sillas de los aviones que lo llevan desde los lugares más alejados del país, hasta Chicago o Nueva York. Pero nunca aplaza una cita con sus compañeros Sibaritas.
Francisco es otro Odontólogo, javeriano, finquero, gran amigo, de excelente gusto, sobresale su sencillez, ha abandonado su butaco de odontología para emprender actividades de constructor, desarrollando planes de vivienda de interés social.
Y por último, está el novato, el aprendiz , Emilio, quien escribe estas líneas como homenaje a sus grandes amigos sibaritas, de quienes aprende algo nuevo cada día.

viernes, 29 de enero de 2010

El Administrador de la Casita Comunal



El Administrador de la Casita Comunal

En nuestro barrio Pasadena logramos que la Ciudad de Bogotá a través de la entidad correspondiente, nos cediera una pequeña y modesta edificación ubicada en los terrenos del Parque, junto a la Iglesia de Santo Domingo Savio. Esta casita que estuvo abandonada durante mucho tiempo fue sometida a una labor de recuperación y rehabilitación coordinada por el Ingeniero Alvaro Patiño, y por el Odontólogo Fernando Rojas.
Hoy esta casita se muestra al público. Está al servicio de los vecinos, y es el centro de reuniones y de tertulias de los residentes en Pasadena.
En esta ocasión deseo presentarles al Ing. Alvaro Felipe Patiño Ballén, quien ha sido designado con toda justicia como el Administrador de la Casita Comunal.
Nacido en la población cundinamarquesa de Gachetá en el año de 1948, bachiller del Colegio Agustiano, Ingeniero Civil de la Universidad de La Salle, promoción del año 70.
Casado con la Licenciada en Ciencias Sociales, doña María Helena Repizo Burbano,formando un hogar ejemplar. El matrimonio Patiño-Repizo tiene dos hijos: Silvia Helena, quien es Ingeniera Ambientalista de La Salle y Andrés Felipe, Economista del Rosario. En la actualidad adelanta un Master en Economía y simultáneamente estudios en Finanzas y negocios Internacionales.
Alvaro es uno de los vecinos ejemplares por su sentido de servicio a la comunidad, por su silencioso trabajo. Un gran saludo desde este blog a nuestro buen vecino Alvaro Felipe.

lunes, 2 de noviembre de 2009

El Pequeño Gael y el yogurt


De cómo el pequeño Gael adquirió una aversión al Yogurt

Después de ocho años de vivir en la ciudad de Nueva York, la familia Navarrete Moreno decidió regresar a su Chile del alma, haciendo una corta parada en Colombia, de tan solo tres días.
Tuvimos el grato placer de acompañarlos durante un día en su paso por Bogotá, en donde su propósito era el de visitar a una tía de Erika.
Para conocimiento de todos, debemos contar que tanto Gastón, como Erika son fanáticos de los platos de Crepes and Waffles. A pesar de que el viaje lo hicieron en primera clase, no veían la hora de llegar a una mesa de Crepes para degustar algunos de sus exquisitos platos, así como sus helados.
Debo reconocer que cometí algunos errores de cálculo, por ejemplo, los llevé al Crepes del centro comercial Boulevard Niza. Primer error grave. El centro se encuentra en remodelación. Vale decir que sus instalaciones parecen el resultado de un inclemente bombardeo. Ni los parqueaderos se salvan, la poca señalización existente no corresponde al sentido de las vías actuales. Es decir, si se quiere ir a un lugar determinado, lo mejor es tomar las flechas al contrario, porque de lo contrario dará contra alguno de los muros o de las cercas verdes que invaden por doquier el parqueadero de este caótico centro comercial.
Pero de ninguna manera esta circunstancia ahuyenta la fiel y creciente clientela de Crepes. Se debe hacer la rigurosa fila de quince o veinte minutos para lograr ser ubicado en alguna mesa.
Nos correspondió la mesera Marta Lucía, quien nos entregó las voluminosas cartas. En un principio podemos calificar su atención de normal, a pesar de lo concurrido del restaurante.
Tanto Gastón, como Erika, como su pequeño hijito de año y medio, Gael, disfrutaron de las exquisiteces de los crepes, de los waffles y de los helados, así como de sus jugos naturales de pura fruta.
Erika venía con un bolso, que podría ser fácilmente un morral para el viaje de algún joven durante un camping de fin de semana. Erika, muy previsiva, traía los elementos que consideraba necesarios para atender a su pequeños hijito Gael: o sea: tres pañales desechables, un biberón, cuatro compotas, frutas finamente picadas, guardadas en un recipiente térmico, con sus cubiertos, dos mudas de ropa completas, algunos juguetes de la última generación, cereales, leche especial , lo anterior, sin olvidar lo indispensable para el uso de la misma Erika. A todo lo anterior se le debe agregar un yogurt que había comprado en el aeropuerto Kennedy por si llegaba a necesitarlo para Gael.
Pues bien, he aquí que en el instante en que Gael manifestó con profundos mensajes olfativos que era necesario y urgente el cambio de pañal, Erika procedió a abrir su bolso nada diminuto, encontrándose con la muy desagradable sorpresa del envase del yogurt explotado, probablemente debido a la presurización del avión…!!!
Empezó a desalojar cada objeto y elemento que con tanto cuidado maternal había incluido en el práctico bolso, y la verdad se debe expresar: no se salvó ninguno de quedar soberbiamente impregnado de una buena cantidad de yogurt.
A todas estas, el pequeño Gael no entendía la demora de sus progenitores en el cambio inmediato y refrescante de su pañal, y ya no solo del pañal, sino del pantalón y de la camisetica.
En conclusión debo reconocer que no hubo cantidad suficiente de servilletas que la anteriormente atenta mesera alcanzara, cada vez en menor número, demostrando una extraña tacañería y una total indiferencia frente a tamaña emergencia maternal.
Todos entenderemos si en un futuro cercano nuestro pequeño Gael se torna alérgico a los yogures.
Bogotá, Noviembre 2 de 2009